“La cultura de la apariencia, hoy dominante, que induce a vivir por las cosas que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llamarada: una vez terminada, de ella quedan sólo cenizas”, afirmó el papa Francisco al celebrar la misa del Miércoles de Ceniza, con la que comienza la Cuaresma, en la antigua Basílica romana de Santa Sabina.

“La Cuaresma, en las palabras del Santo Padre, es un tiempo para “detener nuestra vida que va siempre a la carrera, pero que a menudo no sabe bien hacia dónde. Es una llamada de atención para detenerse e ir hacia lo esencial, a ayunar de los superfluo que distrae. Es un despertador para el alma”, es “el tiempo para encontrar de nuevo la ruta”. 

“Para encontrar la ruta, hoy se nos ofrece un signo de la ceniza en la cabeza. Un signo que nos hace pensar en lo que tenemos en la mente. Nuestros pensamientos persiguen a menudo cosas transitorias, que van y vienen. Mientras la ligera capa de ceniza que recibimos es para decirnos, ¡con delicadeza y sinceridad!: de tantas cosas que tienes en la mente, detrás de las que corres y te preocupas cada día, nada quedará. Por mucho que te afanes, no te llevarás ninguna riqueza de la vida. 

Las realidades terrenales se desvanecen, como el polvo en el viento. Los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina. La cultura de la apariencia, hoy dominante, que nos lleva a vivir por las cosas que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llamarada: una vez terminada, quedan sólo las cenizas. 

La Cuaresma es el momento para liberarnos de la ilusión de vivir persiguiendo el polvo. La Cuaresma es volver a descubrir que estamos hechos para el fuego que siempre arde, no para las cenizas que se apagan de inmediato; por Dios, no por el mundo; por la eternidad del Cielo, no por el engaño de la tierra; por la libertad de los hijos, no por la esclavitud de las cosas. Podemos preguntarnos hoy: ¿De qué parte estoy? ¿Vivo para el fuego o para la ceniza?”. 

“En este viaje de regreso a lo esencial, que es la Cuaresma, el Evangelio propone tres etapas, que el Señor nos pide de recorrer sin hipocresía, sin engaños: la limosna, la oración, el ayuno. 

¿Para qué sirven? La limosna, la oración y el ayuno nos devuelven a las tres únicas realidades que no pasan. La oración nos une de nuevo con Dios; la caridad con el prójimo; el ayuno con nosotros mismos. Dios, los hermanos, mi vida: éstas son las realidades que no acaban en la nada, y en las que debemos invertir. Ahí es hacia donde nos invita a mirar la Cuaresma: hacia lo Alto, con la oración, que nos libra de una vida horizontal y plana, en la que encontramos tiempo para el yo, pero olvidamos a Dios. Y después hacia el otro, con caridad, que nos libra de la vanidad del tener, del pensar que las cosas son buenas si lo son para mí. Finalmente, nos invita a mirar hacia adentro de nosotros mismos con el ayuno, que nos libra del apego a las cosas, de la mundanidad que anestesia el corazón. Oración, caridad, ayuno: tres inversiones para un tesoro que no se acaba, que dura”. 

Por otro lado, si uno se apega a las cosas terrenales, “tarde o temprano se convierte en esclavo: las cosas que están a nuestro servicio acaban convirtiéndose en cosas a las que servir. La apariencia exterior, el dinero, la carrera, los pasatiempos: si vivimos para ellos, se convertirán en ídolos que nos utilizarán, sirenas que nos encantarán y luego nos enviarán a la deriva. En cambio, si el corazón se adhiere a lo que no pasa, nos encontramos a nosotros mismos y seremos libres. 

La Cuaresma es un tiempo de gracia para liberar el corazón de las vanidades. Es hora de recuperarnos de las adicciones que nos seducen. Es hora de fijar la mirada en lo que permanece. 

¿Dónde fijar entonces la mirada a lo largo de la Cuaresma? Sobre el Crucifijo. Jesús en la cruz es como una brújula de la vida que nos orienta al Cielo. La pobreza del leño, el silencio del Señor, su despojarse por amor nos muestran la necesidad, el coraje de la renuncia. Porque cargados de los lazos del egoísmo, del querer siempre más, del no contentarnos nunca, del corazón cerrado a las necesidades del pobre. Jesús que en el leño de la cruz arde de amor, nos llama a una vida ardiente de Él, que no se pierde entre las cenizas del mundo; una vida que arde de caridad que no se apaga en la mediocridad. 

¿Es difícil vivir como Él nos pide? Sí, pero conduce a la meta. Nos lo muestra la Cuaresma. Ella comienza con la ceniza, pero al final nos lleva al fuego de la noche de Pascua, a descubrir que, en el sepulcro, la carne de Jesús no se vuelve cenizas, sino que resurge gloriosa. vale también para nosotros, que somos polvo: si con nuestras fragilidades volvemos al Señor, si tomamos la vía del amor, abrazaremos la vida que no termina. Y estaremos en la alegría”.

 

Fuente: http://www.aica.org/38075-francisco-la-cuaresma-tiempo-para-abandonar-cultura-de-apariencia.html