María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
“Paz a esta casa”
Con las palabras que Jesús sugirió que usaran sus discípulos en misión comienza el Mensaje del Santo Padre para la 52ª Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el próximo 1° de enero, y que ha sido firmado en la Ciudad del Vaticano el pasado 8 de diciembre. “Dar la paz – escribe el Pontífice – está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana”.
Francisco explica que la “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país y cada continente, con sus características propias y con su historia”. De modo que se puede decir que casa es sobre todo “cada persona, sin distinción ni discriminación”. Naturalmente, también es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés”.
El desafío de una buena política
El Papa Bergoglio escribe que “la paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy; es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia”. Sí, porque como escribe, “sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia”. De ahí que la política sea “un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre”, si bien cuando quienes los que se dedican a ella “no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción”.
Asimismo recuerda que el Papa San Pablo VI subrayaba: “Tomar en serio la política en sus diversos niveles – local, regional, nacional y mundial – es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad”.
En cuanto a la función y la responsabilidad política, el Pontífice recuerda que “constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo”. De manera que su la política se ejerce en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, “puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad”.
Caridad y virtudes para una política al servicio de la paz
Francisco recuerda además las palabras del Papa Benedicto XVI, cuando afirmó que “todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis”. A lo que añadía que “el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político”. Y que “la acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana”.
Se trata de “un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad”. Además, el Santo Padre recuerda las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el Cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận, fallecido en el año 2002, quien fue un testigo fiel del Evangelio:
“Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo”.
Los vicios de la política
El Papa Bergoglio afronta asimismo los vicios que tampoco falta en el ámbito político y que se deben tanto “a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones”.
Por eso afirma que “estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción – en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas – la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la ‘razón de Estado’, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio”.
La buena política promueve la participación de los jóvenes
El Pontífice destaca que “cuando el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro”. Mientras cuando la política “se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros”. Además de que – como escribe – “la política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona”.
No a la guerra ni a la estrategia del miedo
Tras un siglo del fin de la Primera Guerra Mundial, “y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas” el Santo Padre afirma que “conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas”, de modo que “la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo”. Y también porque “mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad”.
La paz se basa en el respeto de cada persona
Ésta es la razón – añade Francisco – por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia”. Por eso no duda en afirmar que “no son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza”.
El pensamiento del Pontífice también se dirige “a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos”. Por eso recuerda que en nuestro mundo, “uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de grupos armados”. De ahí que el “testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños” sea sumamente precioso para el futuro de la humanidad.
Un gran proyecto de paz
El Obispo de Roma recuerda que en estos días celebramos los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Por eso trae a la memoria una observación del Papa San Juan XXIII: “Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos”.
La paz – escribe el Santo Padre – “es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:
– la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y – como aconsejaba san Francisco de Sales – teniendo ‘un poco de dulzura consigo mismo’, para ofrecer ‘un poco de dulzura a los demás’;
– la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
– la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro”.
La política de la paz puede recurrir al espíritu del Magníficat
Sí, porque “María, Madre de Cristo salvador y Reina de la paz – afirma Francisco – canta en nombre de todos los hombres: ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre’”.