Enrique Del Percio será uno de los expositores de la XVIII Jornada de Pastoral Social. Doctor en filosofía jurídica, especialista en sociología de las instituciones y abogado, presentará algunos  conceptos sobre la dimensión cultural y educativa de la Laudato Si´ en un panel junto a Ana Zagari. Enrique fue Secretario General del Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP) y su último libro es «Ineludible Fraternidad. Poder, conflicto y deseo.»

 

  • ¿Qué es lo que mas te llamó la atención de la Laudato Si`?

Creo que también la centralidad de la justicia porque es justamente uno de los grandes debates en materia ecológica que pasa por pensar a la ecología como un fin en sí misma, con prescindencia del ser humano; es decir, una especie de radicalización de esto que estamos descubriendo ahora que es que corresponde hablar de los derechos de la tierra. Cuando esto se radicaliza se llega a pensar que los derechos de la tierra son mas importantes que los derechos humanos. Por ejemplo, si para no ofender a la tierra no tenemos que producir energía de ninguna índole, podemos llegar a una situación donde sea imposible pensar en vida humana con una expectativa que no supere los 16 años de  vida…

Por eso me parece muy interesante en este sentido lo que plantea el Papa: en ningún momento deja de hablar de la centralidad del ser humano; al mismo tiempo cuando habla del ser humano, habla de todos los hombres y mujeres y no sólo de los que hoy existimos, sino también del deber de justicia con las generaciones futuras. En este sentido me parece interesante este planteo de justicia fuerte que se hace.

  • ¿Y a la Encíclica hay que leerla desde ese lugar de Justicia o hay otras claves?

A la Laudato, como toda Doctrina Social de la Iglesia, hay que leerla entendiendo que la Doctrina Social no es solamente lo que los Papas dicen  sino que es una doctrina que nace en el Génesis, sigue por toda la Biblia, en especial por los Evangelios, luego por los padres de la Iglesia («lo que te sobra no te pertenece» decía San Ambrosio) pasando por toda la tradición y se continúa también por las enseñanzas que están contenidas en la voz de los pueblos; de ahí la importancia de saber discernir cuándo la voz de Dios habla a través de la voz de los pueblos.

  • ¿Cuáles son los desafíos culturales y educativos que nos plantea Francisco?

En buena medida el problema ecológico es un problema que tiene su origen en la docencia que ha hecho el cristianismo. Es decir, el cristianismo plantea por primera vez en la historia de la humanidad la idea de que vos no sólo podés desearlo todo sino que debés desearlo todo. A diferencia de otras concepciones religiosas o morales, que enseñan a moderar el deseo, el cristianismo en su magisterio te dice que “sólo Dios basta”; entonces cuando te enseñan a amar a Dios, sabes que después de eso no hay nada que alcance. El que descubrió el goce pleno de amar y ser amado por Dios no se va a conformar con una Ferrari, con una mansión ni con un imperio. El problema es que cuando sobreviene el capitalismo queda la misma estructura de deseo pero sacamos a Dios de la escena, con lo cual lo que el capitalista quiere es “todo” pero no un “todo trascendente” sino un “todo inmanente”. Ese “todo” implica que quiero producirlo todo, consumirlo todo y una vez que haya producido y consumido todo, sólo quedaré yo mismo en un proceso autofágico: el capitalista seguirá produciendo autos o heladeras aún sabiendo que destruye al planeta y, por ende, se destruye a sí mismo, del mismo modo que el pibe de la villa al desearlo todo y no tener nada, se mata en forma directa. La diferencia radicará en si tengo o no plata. En los dos casos es un problema de deseo, de desearlo todo, pero de un todo que no es trascendente sino que es inmanente.

  •  ¿Qué mensaje te dejó la Encíclica cuando terminaste de leerla?

¡Terminé con ganas de aplaudir porque termina con lo que venía trabajando por otros lados! Y es el tema de la Trinidad: si nosotros nos asumimos como imagen y semejanza de un Dios que es trino estamos diciendo que existimos porque somos en relación. Esto va en contra de la cultura europea moderna, que es una cultura que no puede entender que uno existe por su relación con los demás; ellos creen que la sociedad es resultado de un pacto social del hombre –que preexiste- y porque él decide juntarse con otros, hace un pacto y forma la sociedad. En cambio, el sabernos a imagen y semejanza de un Dios que es Trino antes que Uno (o sea que primero es pura relación y recién después es lo que los filósofos llaman una «sustancia») nos hace descubrir que primero somos en relación –con nosotros mismos, con los demás y con el cosmos-; si no partimos de eso, no hay forma de volver a pensar la estructura del deseo en el marco del capitalismo.