En su homilia, afirmó que la Pastoral Social «viene ofreciendo un espacio amplio donde las diferencias de opinión y de ideas han encontrado un ambiente de diálogo».
Homilía
Hoy Jesús nos habla a través de su Evangelio vivo, que siempre es una Buena Noticia. Para responder a la pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?», Él narra la parábola del Buen Samaritano. Cuenta un hecho de violencia, y no deja de sorprendernos, por parecerse a los que suceden a diario en nuestros barrios, y son tantos que ya nos hemos habituado.
El personaje es un hombre corriente que lleva lo necesario para el viaje: agua, vino, aceite, vendas y algo para comer. Era un samaritano, que pertenecía a un pueblo que los judíos consideraban pagano, pero en verdad no lo era: creía en el único Dios de todos y practicaba su fe.
El viaje se hace monótono, hasta que en un recodo del camino alcanza a ver el cuerpo tendido de un semejante, y solo por eso se conmovió, se apeó y al acercarse constató que estaba con vida. El relato ofrece un contraste entre su actitud y la de
las dos personas religiosas que lo precedieron. Ellos también lo vieron, pero lejos de acercarse dieron un rodeo y no se comprometieron.
Nada nos dice el texto sobre el origen étnico del hombre asaltado, ni parece importarle al viajero, que sin perder tiempo limpió y vendó sus heridas, sobre las cuales derramó óleo y vino, receta del sabio Hipócrates. Luego le siguen gestos
delicados para el desconocido en desgracia: lo ayuda a subir a su montura y ahora, de a pie, lo lleva a una posada y cuida de él durante la noche.
Nos impacta saber que asumió los gastos de la estadía y lo recomendó al dueño del albergue: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver» (10, 35) (1). Seguramente aquel viajante tenía destino y obligaciones, pero priorizó lo que
consideraba impostergable y le dedicó lo más preciado -lo que muchos lo comparan al oro-: él dispuso su tiempo y lo tasó muy alto al ponerlo al servicio de su prójimo. Entendió que el tiempo es la paciencia de Dios, un dispendio de su bondad, y por eso lo compartió gratuitamente con el que lo necesitaba.
El samaritano se dejó llevar por el primer sentimiento del corazón, que es el bueno, el gratuito y solidario, sin cálculos ni vueltas. Había que hacerlo y lo bajó a las manos, con pocas y razonables palabras. Él trató al desconocido como hubiese
querido ser tratado en similares circunstancias: una regla de oro en las relaciones humanas que nos dejó Jesús en el Evangelio (Mt 7,12). Encontró a aquella persona con algunos signos vitales y él se puso al servicio del más importante de los
derechos humanos: el derecho a la vida.
Dejémonos interpelar por la parábola, capaz de poner de manifiesto las actitudes solidarias y fraternas que nos permitan reconstruir esta Argentina que nos duele a todos. El ejemplo del Buen Samaritano nos devuelve una mirada solidaria de la realidad, no para escandalizarnos, sino para conmovernos y comprometernos.
Precisamente, la parábola tiene un carácter simbólico: la persona anónima de ese hombre a quienes los ladrones despojaron representa a toda la humanidad herida al borde del camino de la vida, y cuando alguien se detiene para tender su mano solidaria, es el mismo Jesús el que se acerca, toca la carne herida, se compadece de la víctima y hace lo posible para mitigar su sufrimiento.
La parábola evangélica conocida como el Buen Samaritano, ha sido elegida como la imagen bíblica que guía las reflexiones de la Carta Encíclica que nos ha dado el Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social (2). En medio de las tensiones que parecen repetir crueles enfrentamientos, el Papa nos dice: «Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que “la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro”. Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino» (3).
La insistencia sobre la fraternidad humana se destaca como una constante en el magisterio de Francisco. Su propuesta parte de una sentencia de Jesús: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8). Estamos ante la categoría de un nuevo humanismo, donde la persona está en el centro y se valora, ante todo, su inalienable dignidad. Si el samaritano hubiese pasado de largo estaríamos perdidos, pero no. Siempre habrá un hombre o una mujer cuyos valores éticos o religiosos anteponen a la persona del semejante por encima de cualquier otro interés. Existe en la Argentina una legión anónima de samaritanos de a pié, que construye su vida a la luz de este ícono evangélico; son los que sostienen la esperanza de un destino más humano para todos.
Durante veinticinco años la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Buenos Aires viene ofreciendo un espacio amplio donde las diferencias de opinión y de ideas han encontrado en un ambiente de diálogo. Quienes lo sostuvieron están convencidos que solo apostando por la cultura del encuentro podemos encontrar consensos en temas complejos como son los sociales y políticos., y por eso capaz de sostener acuerdos sobrevolando viejos esquemas de confrontación. Sobretodo proyecto, la Iglesia fomenta la amistad social, base para pensar el presente y el futuro del país al que aspiramos.
La Pastoral social sembró esperanzas sin dar la espalda a nuestra historia bicentenaria, que llega hasta nosotros entre luces y sombras, encuentros y antagonismos, a pesar de interrumpidos intentos de buscar un destino común más acorde a nuestra identidad cultural; a la sabiduría, ciencia y laboriosidad de nuestro pueblo. Un cuarto de siglo convocando voluntades para pensar la Argentina que no dejamos de imaginarnos por el lugar de privilegio que nos ha tocado en el planeta azul; no es poca cosa que una institución persevere en este ideal.
El ejemplo del Buen Samaritano nos debe servir de ejemplo y guía en el camino que nos toca recorrer. Basta con que un grupo de personas piensen en los demás y se pregunten de qué modo puedo hacer algo por mi patria, siempre habrá destino
para la Argentina.
Se comprende porqué celebramos la Misa de Acción de Gracias, entre otras providencias que nunca faltaron, por la continua ayuda del Espíritu Santo que nos permitió superar desánimos y adversidades; infundió la fuerza y la audacia necesaria para confirmarnos en el diálogo, el encuentro y el amor a la Nación que noscontiene a todos.
Cardenal Mario A. Poli
1. Cfr. Lucien Cerfaux, Mensaje de las Parábolas, 2° edición, Ed. Fax, Madrid, 1972, 133 ss; Luis H. Rivas, La obra de Lucas,
I. El Evangelio, Ed. Agape, Buenos Aires 2012, 117-118.
2. Fratelli tutti, 3 de octubre del año 2020.
3. Fratelli tutti, 66-67.