Emanuela Campanile – Ciudad del Vaticano

En la existencia de San Pablo VI, el 6 de agosto no coincide sólo con su dies natalis – era 1978 – pero también representa una fecha fundamental en el Magisterio de este Papa, sucesor de Juan XXIII y de quien había heredado el grave desafío del Concilio Vaticano II. La referencia es a la publicación de la primera Encíclica de Montini, Ecclesiam Suam, conocida como la Encíclica del Diálogo, aunque el «diálogo» no es la única línea programática trazada por el nuevo Pontífice. Fue el 6 de agosto hace 55 años. Hablamos de ello con Don Angelo Maffeis, presidente del Centro de Estudios del Instituto Pablo VI de Concesio (Brescia), lugar de nacimiento de Giovanni Battista Montini.

Don Maffeis, Ecclesiam Suam, además de ser la primera encíclica del Papa Pablo VI, es el primer documento oficial del Magisterio en el que aparece la palabra «diálogo»….

R. -Eclesiam Suam, fue la encíclica inaugural del Pontificado de Pablo VI, la primera. Así, como siempre sucede con cada nuevo pontificado, se han examinado los temas que el Papa recién elegido abordará en su magisterio y en su acción pastoral. En el caso de Pablo VI, esto se entrelaza con el hecho que de su predecesor, Juan XXIII, había heredado el Concilio Vaticano II, que se había abierto en octubre de 1962 y que había dado sus primeros pasos.

De alguna manera Pablo VI quiere reflexionar sobre la Iglesia, proponer su reflexión y lo hace en un contexto en el que el Concilio Ecuménico se interroga sobre los mismos temas. Hay casi un juego de espejos entre el discurso del 29 de septiembre de 1963, cuando Pablo VI inauguró el segundo período del Concilio -el primero presidido por él- y la encíclica que apareció al año siguiente y que desarrolla, precisamente, los temas que ya había esbozado.

De hecho, el diálogo tiene un papel central, aunque no sea el único tema que se desarrolla en el documento. Esta centralidad ha sido confirmada también por una serie de notas de Pablo VI tituladas «Notas para una encíclica sobre el diálogo». Montini, desde sus primeros años, sintió la necesidad de que la Iglesia y el anuncio cristiano, volviera a encontrar las vías de comunicación con la cultura contemporánea y llegó precisamente a la Cátedra de Pedro, con este concepto importante no sólo para la Iglesia, sino también para la cultura del diálogo.

¿Qué entendía el Papa Pablo VI por «diálogo» y, sobre todo, a quién se dirigía?

R. – Para comprender la naturaleza del diálogo -como Pablo VI lo quiso precisamente- hay que partir de lo que podríamos definir su dimensión vertical: para Pablo VI el diálogo es ante todo el coloquio salutis, el coloquio de la salvación, que Dios mismo comienza por la Palabra que se dirige a la humanidad, la Palabra de su revelación, la Palabra con la que dirige y salva a su pueblo.

Y precisamente porque Dios inició este diálogo, Pablo VI afirma que la misión de la Iglesia es introducir en la conversación humana esta Palabra que Dios le ha confiado, que los creyentes, en primer lugar, deben escuchar y que deben introducir en el circuito de la conversación y el diálogo entre los seres humanos.

Montini también rechaza una visión de los círculos concéntricos con los que debe desarrollarse este diálogo. Es un diálogo que se desarrolla en primer lugar con los cristianos, luego la impronta y la importancia del tema ecuménico para el Vaticano II, que expresa todo su pontificado. Diálogo que se manifiesta entonces con todas las demás religiones y, finalmente, con toda la humanidad. Podemos decir que Pablo VI nos invitó a compartir esta confrontación y este esfuerzo, por un lado, para responder a la Verdad que Dios ha manifestado y, por otro, para cooperar por el bien de la humanidad.

55 años después, ¿podemos decir que Ecclesiam Suam, precisamente porque es la «¿Encíclica del Diálogo”, tiene aspectos actuales?

R. – Por supuesto que los contextos han cambiado, pero la demostración más obvia de la importancia del diálogo es la alternativa al diálogo. Hoy tendemos a excluir el punto de vista de los demás, una alternativa que en su raíz compromete la posibilidad de que los seres humanos vivan juntos. Por tanto, nada de esta actitud nos hace comprender que, por difícil que sea el camino del diálogo, requiere paciencia y, por un lado, fidelidad a las propias convicciones -porque, ciertamente, nada está más lejos de la idea de Pablo VI de fracasar en las condiciones de la fe cristiana- y, por otro lado, está convencida de que el mensaje cristiano debe llegar a la humanidad, y que la humanidad es lo que se nos da en un momento histórico determinado.

Hay otro gran recuerdo de Pablo VI cuando, al concluir el Concilio, en vísperas de la última sesión pública del 7 de diciembre, comparó el trabajo del Concilio con el acto por el que la Iglesia, como el Buen Samaritano, se inclinó por la humanidad contemporánea.

Dice que simplemente quiere «servir a la humanidad» y me parece que esta conciencia, por un lado, de la Palabra de la que la Iglesia es portadora y guardiana, y por otro de la humanidad a la que es enviada, son los grandes temas universales, pero que reflejan la situación particular en la que se desarrolló el pontificado de Pablo VI.

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