El texto ha sido redactado por la «Mesa Interdicasterial de la Santa Sede sobre la ecología integral», creada en 2015 para analizar cómo promover e implementar la ecología integral. Forman parte de ella las instituciones vinculadas a la Santa Sede mayormente comprometidas en este ámbito, algunas Conferencias Episcopales y Organizaciones católicas. Aunque fue redactado antes de la pandemia de Covid-19, el documento destaca el mensaje principal de la Encíclica: todo está conectado, no hay crisis separadas, sino una única y compleja crisis socio-ambiental que requiere una verdadera conversión ecológica.
Primera parte: educación y conversión ecológica
La primera parte se abre con el llamado a la necesidad de una conversión ecológica, a un cambio de mentalidad que lleve al cuidado de la vida y la Creación, al diálogo con el otro y a la toma de conciencia de la profunda conexión entre los problemas del mundo. Se sugiere, por lo tanto, el fomentar iniciativas como el «Tiempo de la Creación», pero también las tradiciones monásticas que enseñan la contemplación, la oración, el trabajo y el servicio. Todo para educar al conocimiento del vínculo entre equilibrio personal, social y ambiental.
Tutelar la vida y promover la familia
El documento reafirma además la centralidad de la vida y de la persona humana, porque «no se puede defender la naturaleza si no se defiende a todo ser humano». De ahí la indicación de desarrollar el concepto de «pecado contra la vida humana» entre las nuevas generaciones, también para contrastar, con la «cultura del cuidado» a la «cultura del descarte». También se hace hincapié en la familia como «sujeto protagonista de la ecología integral»: basada en los principios básicos de «comunión y fecundidad», puede convertirse en «un lugar educativo privilegiado donde se aprende a respetar a los seres humanos y a la Creación». Por esta razón, se insta a los Estados a «promover políticas inteligentes para el desarrollo familiar».
Nueva centralidad de escuela y universidad
Al mismo tiempo, se invita a la escuela a adquirir «una nueva centralidad», es decir, a convertirse en una escuela de desarrollo de la capacidad de discernimiento, pensamiento crítico y acción responsable. Son dos, en particular, las sugerencias en este ámbito: facilitar las conexiones entre el casa-escuela-parroquia y poner en marcha proyectos de formación a la «ciudadanía ecológica», es decir, promover entre los jóvenes «un nuevo modelo de relaciones» que vaya más allá del individualismo en favor de la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado. Tambien la universidad está convocada: su triple misión de enseñanza, investigación y servicio a la sociedad debe girar en torno al eje de la ecología integral, animando a los estudiantes a comprometerse con «profesiones que faciliten cambios ambientales positivos». De ahí la sugerencia específica de «estudiar la teología de la creación, en la relación del ser humano con el mundo», conscientes de que el cuidado de la Creación requiere «una educación permanente», un verdadero «pacto educativo» entre todos los organismos implicados.
Catequesis, diálogo ecuménico e interreligioso
El documento también reafirma que «el compromiso de cuidar la casa común es una parte integrante de la vida cristiana», no una opción secundaria. Pero eso no es todo: el cuidado de la casa común es «un excelente ámbito» de diálogo y colaboración tanto ecuménico como interreligioso. Con su «sabiduría», de hecho, las religiones pueden alentar un estilo de vida «contemplativo y sobrio» que lleve a «superar el deterioro del Planeta».
Comunicación
La primera parte del documento concluye con un capítulo dedicado la comunicación y a su «profunda analogía» con el cuidado de la casa común: ambas, de hecho, se basan en «comunión, relación y conexión». Por lo tanto, en el contexto de una «ecología de los media«, se insta a los medios de comunicación a poner de relieve los vínculos entre «destino humano y ambiente natural», responsabilizando a los ciudadanos y combatiendo las denominadas «fake news» (falsas noticias).
Segunda parte: ecología integral y desarrollo. Tutelar derecho a alimentos y agua
La segunda parte del documento se abre con el tema de la alimentación y la referencia a las palabras del Papa Francisco: «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre» (LS, 50). De ahí la condena del desperdicio alimentario como un acto de injusticia, la invitación a promover una agricultura «diversificada y sostenible», en defensa de los pequeños productores y de los recursos naturales, y la urgencia de una educación alimentaria sana, tanto en cantidad como en calidad. También se hace un fuerte llamamiento para que se combatan fenómenos como el acaparamiento de tierras, los grandes proyectos agroindustriales contaminantes y para que se tutele la biodiversidad. Ecos de este llamamiento se encuentran también en el capítulo dedicado al agua, cuyo acceso es «un derecho humano esencial». También en este caso se exhorta a evitar el desperdicio y a superar aquellos criterios utilitaristas que llevan a la privatización de este bien natural. En la misma línea está el llamamiento a reducir la contaminación, a descarbonizar el sector energético y económico y a invertir en energía «limpia y renovable», accesible para todos.
Invertir en energia limpia y renovable. Salvaguardar mares y océanos. Promover economía circular
También los mares y océanos están en el corazón de la ecología integral: «pulmones azules del planeta», requieren un gobierno centrado en el bien común de toda la familia humana y en la subsidiariedad. En el texto también se destaca la urgente necesidad de promover una «economía circular» que no tenga por objeto la excesiva explotación de los recursos productivos, sino su mantenimiento a largo plazo para que puedan ser reutilizados. Es necesario superar el concepto mismo de «desecho», porque todo tiene un valor, se lee en el texto. Pero esto sólo será posible mediante la interacción entre innovación tecnológica, inversión en infraestructuras sostenibles y crecimiento de la productividad de los recursos. Se pide también al sector privado que opere de forma transparente en la cadena de suministro y se espera la reforma de los subsidios a los combustibles fósiles y tasación de las emisiones de CO2. Así pues, en el ámbito laboral se espera la promoción de un desarrollo socioeconómico sostenible para erradicar la pobreza; se pide que se valoricen itinerarios socio-profesionales en favor de los marginados; se pide trabajo digno, salario justo, lucha contra el trabajo infantil y el trabajo no declarado; se espera en una economía inclusiva, en la promoción del valor de la familia y de la maternidad; se pide la prevención y erradicación de «nuevas formas de esclavitud», como la trata de personas.
Finanzas apunten a la primacía del bien común
También el mundo de las finanzas debe hacer su parte, apuntando a la «primacía del bien común» y tratando de poner fin a la pobreza. «La misma pandemia del Covid-19 – se lee en el texto – muestra cómo hay que cuestionar un sistema que reduce el bienestar o permite una gran especulación incluso en las desgracias, volviéndose contra los más pobres». Cerrar los paraísos fiscales, sancionar a las instituciones financieras implicadas en operaciones ilegales, colmar la brecha entre los que tienen acceso al crédito y los que no lo tienen, son algunas de las sugerencias indicadas, junto con la exhortación a promover «una gestión de los bienes de la Iglesia inspirada en la transparencia, la coherencia y el coraje» de una perspectiva de sostenibilidad integral.
Primacía de la sociedad civil, lucha a la corrupción y derecho a la salud
En el ámbito de las instituciones, el documento subraya la «primacía de la sociedad civil», al servicio de la cual deben estar la política, los gobiernos y las administraciones. Se exhorta a la globalización de la democracia sustancial, social y participativa, a una visión a largo plazo basada en justicia y moralidad y a la lucha contra la corrupción. Será importante promover el acceso a la justicia para todos, también para los pobres, los marginados, los excluidos; «repensar prudentemente» el sistema penitenciario a fin de promover la rehabilitación de los reclusos, especialmente de los jóvenes en su primera condena. A continuación, el texto se centra en la salud, calificándola “una cuestión de equidad y justicia social» y reiterando la importancia del derecho a los cuidados. «De hecho, al tiempo que se degradan las redes ecológicas», – se lee – «también se degradan las redes sociales y en ambos casos son los más pobres los que pagan las consecuencias». Entre las sugerencias formuladas figura un examen de los peligros asociados con «la rápida propagación de epidemias virales y bacterianas» y la promoción de los cuidados paliativos.
La importacia de la cuestión del clima
Por último, el documento interdicasterial aborda la cuestión del clima, consciente de que tiene «una profunda relevancia» ambiental, ética, económica, política y social, «que repercute sobre todo en los más pobres»: por lo tanto, en primer lugar, se necesita «un nuevo modelo de desarrollo» que vincule de manera sinérgica la lucha contra el cambio climático y la lucha contra la pobreza, «en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia». Consciente de que «no se puede actuar solos», el documento pide un compromiso con un desarrollo sostenible » con bajo contenido de carbono» para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Entre las propuestas formuladas en este ámbito, la reforestación de zonas como la Amazonia y el apoyo al proceso internacional encaminado a definir la categoría de «prófugo/refugiado climático» para garantizar la «tutela jurídica y humanitaria necesaria».
El compromiso del Estado de la Ciudad del Vaticano
El último capítulo del texto está dedicado al compromiso del Estado de la Ciudad del Vaticano. Hay cuatro áreas operacionales en las que se aplican las indicaciones de «Laudato si’»: protección del medio ambiente (por ejemplo: recogida diferenciada de residuos iniciada en todas las oficinas); protección de los recursos hídricos (por ejemplo: circuitos cerrados para el agua de las fuentes); cuidado de las zonas verdes (por ejemplo: reducción progresiva de los productos fitosanitarios nocivos); consumo de recursos energéticos (por ejemplo, en 2008 se instaló un sistema fotovoltaico en el techo del Aula Nervi, mientras que los nuevos sistemas de iluminación de ahorro energético en la Capilla Sixtina, la Plaza de San Pedro y la Basílica Vaticana redujeron los costos en un 60, 70 y 80 por ciento respectivamente).