Palabras de Monseñor Oscar V. Ojea

 Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

Tanto el Papa Francisco como el Documento de Aparecida usan mucho la palabra pasión. La palabra viene del verbo latino “patior” que quiere decir padecer, sufrir. De allí que cuando hablamos de la pasión de Cristo esta palabra alude en primer lugar a la vulnerabilidad del hombre Jesús que la padece y también a su paciencia. Paciencia tiene la misma raíz con la cual el Señor soporta su padecer.

Sin embrago, en el lenguaje corriente usamos la palabra pasión no solo porque algo nos hace sufrir, sino también porque lo deseamos con el corazón, porque tendemos hacia ese objeto con todo nuestro ser que incluye espíritu, inteligencia y sensibilidad.

De allí que en el Nro. 268 de la Alegría del Evangelio el Papa dice “Para ser evangelizadores de alma hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero al mismo tiempo una pasión por su pueblo.”

Sin embargo es fácil para el dirigente social y para el político alejarse del pueblo. A veces la presión de una elite, un malentendido profesionalismo o la tarea de construir una imagen y de vivir para ella parecen como metas prioritarias. Todas estas lejanías son captadas rápidamente por nuestro pueblo que muchas veces mira a sus dirigentes muy lejos de su realidad.

En la misión del dirigente se necesitan hoy más que nunca tres pasiones: una pasión por la Patria, una pasión por la justicia y la equidad y una pasión por el encuentro y la paz de los argentinos.

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Una pasión por la Patria. Hoy hablamos poco de Patria. Se nos aparece como un concepto antiguo referido a héroes del pasado. Preferimos hablar de País o de Nación. Sin embargo, el término País alude a nuestra extensión geográfica, el término Nación alude al consenso de ciudadanos que acatan una ley, una Constitución. En cambio el concepto de Patria tiene que ver con la raíz, con la pertenencia más profunda a una comunidad, tiene que ver con nuestra proximidad al hermano, incluye la cercanía, el vínculo y la presencia.

La Patria es un don y una tarea, es lo heredado, lo recibido, lo que me mueve a dar gracias. Lo que me han dejado mis padres. Incluye una historia común, una lengua materna con todos sus matices expresivos y por supuesto, incluye diferencias que están llamadas a complementarse. Pero al mismo tiempo la Patria es una misión. Estamos llamados a transformar lo recibido y aquí encontramos nuestra misión propia de dirigentes que debe tomarnos la vida y el corazón.

En la misma carta de la Alegría del Evangelio el Papa nos dice “La misión en el corazón del Pueblo no es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma. Esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás”. Descubrir la misión de cada uno, lo que cada uno puede aportar al bien común y nadie puede hacerlo en lugar de él es clave en este momento.

Si se mutila el país, la soberanía se puede recuperar, si se mutila la Nación, el consenso se puede rehacer. Pero si quedamos huérfanos de Patria, nuestra vida se desdibuja. No tiene identidad ni sentido. Se  pierde  en un individualismo triste y opaco negado a la fraternidad.

Hago presente con ustedes estos versos de Leopoldo Marechal acerca de la pasión por la Patria:

“La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar

La Patria es una niña de pies desnudos

La Patria es un temor que ha despertado

La Patria es una hija y un miedo inevitable

Y un dolor que se lleva en el costado sin palabras ni gritos”

Es imprescindible recuperar esta pasión para poder afrontar el desafío que nos presenta de este tiempo sumamente difícil y duro para los argentinos.

b)

Se requiere también una particular pasión por la justicia y por la equidad. El grado de desigualdad social en que estamos sumergidos es muy grande y peligrosísimo para nuestro futuro. Nos decía el Papa Francisco: “La palabra solidaridad está un poco desgastada… supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las hacen posibles.” (E.G. 188).

Las causas estructurales de la pobreza residen ante todo en la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera. Esta autonomía está defendida por ideologías que niegan el derecho de control de los Estados encargados de velar por el bien común. Esto no significa condenar al capitalismo, lo que la Iglesia rechaza es la absolutización ideológica del mercado, el que este se convierta de medio en fin y que se lo propugne como autorregulado y aún como regulador de toda la vida social.

Debemos acompañar el esfuerzo impresionante que está haciendo el Papa Francisco como líder mundial, buscando establecer normas éticas en el sistema financiero internacional. Acentuando la responsabilidad de los Estados Nacionales para poner límites al poder de las empresas multinacionales. Un ejemplo plausible de este pensamiento es la convocatoria a los economistas para el mes de marzo en la ciudad de Asís, ciudad símbolo de encuentro y fraternidad, para buscar los caminos de humanización de este sistema capitalista que vivimos para construir una economía en función del hombre y no la de poner al hombre al servicio de la economía.

El Santo Padre piensa que esto abrirá el camino para la creatividad de la acción política a la que él siempre coloca por encima de la economía ya que ésta se ocupa de los medios y la política de los fines. No podemos entregarnos con las manos atadas a una economía que mata. Esta lucha debe llevarse adelante con una auténtica pasión, llevando en nuestro corazón y en nuestra vida los rostros concretos de los hermanos que sufren esta cultura del descarte en la que estamos sumidos y que produce una gravísima inequidad entre nosotros pudiéndonos llevar a odios, heridas y resentimientos difíciles de conciliar.

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La tercera pasión es la pasión por el encuentro de los argentinos y por la paz entre los argentinos. Esta pasión incluye un desafío cultural y para poder enfrentarlo, es indispensable crear espacios de pensamiento y de diálogo aún en este tiempo en que lo inmediato parece ganarlo todo. Hoy más que nunca es imprescindible detenerse a pensar. Mucho más cuando se ha desarrollado entre nosotros un estilo de pensamiento emocional, lleno de prejuicios, poco flexible, muy cerrado. Recurrimos continuamente palabras e imágenes que tomamos de los medios de comunicación, y no le damos tiempo al pensamiento personal y profundo.

Un pensamiento auténtico necesita del diálogo para poder enriquecerse y hacerse fuerte. De allí que me parece muy actual repensar las cualidades del diálogo que proponía San Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam Suam en el contexto de una Iglesia experta en el dialogo porque participa continuamente del dialogo con Dios, dialogo que se hace definitivo en la Encarnación, que es la instancia del diálogo supremo entre Dios y el hombre. El Papa nos decía que el diálogo debe ser claro, afable, confiado y prudente.

Claro: fiel a la identidad del pensamiento que lo expresa buscando ser inteligible para el interlocutor y con la capacidad de revisar las formas y el lenguaje para ser mejor interpretado por el otro.

Afable: debe ser cordial, es decir pasar por el corazón, evitando todo modo violento. Muy lejos de ser hiriente y ofensivo. Sin expresarse con mandatos o imposiciones. Debe ser paciente y generoso.

Confiado: la confianza debe estar puesta tanto en el valor de la propia palabra para transformar al otro, cuanto en la capacidad personal de ser transformado y enriquecido a través del pensamiento del otro. Es la confianza de ser escuchado y comprendido.

Prudente: es decir teniendo en cuenta las condiciones psicológicas del interlocutor y su edad.

Este diálogo se hace más imperioso aún por la crisis de nuestro vínculo con nuestra casa común. Como nos enseña la Encíclica Laudato Si ella gime y grita imitando el clamor de los pobres por el maltrato que recibe de nosotros. Son temas que tenemos que pensar, dialogar y consensuar.

Son temas que vamos postergando indefinidamente siendo la crisis cada vez más aguda. ¿Qué vamos a hacer con la contaminación sistemática de nuestras aguas? Se acerca a pasos agigantados el drama del agua en el mundo. ¿Qué vamos a hacer con nuestra Tierra que sufre el daño de los agrotóxicos con su consiguiente cansancio? ¿Qué hacer frente a la tala indiscriminada de árboles y la desertificación con sus consecuencias en los cambios climáticos? ¿Qué hacer frente a las actividades extractivistas que llevan a estrujar hasta el límite y más allá del límite a nuestra Madre Tierra a fin de poder succionarle lo más que se pueda?

Ante este panorama surge la necesidad de pensar y de dialogar de establecer criterios comunes básicos para ponernos en camino hacia una ecología integral que contemple tanto los derechos de todos a los bienes comunes, como el indispensable cuidado de la naturaleza y de los ecosistemas.

El próximo Sínodo de la Amazonia trazara líneas fundamentales para la aplicación de la Encíclica Laudato Si a nuestra realidad social y ecológica.

En esta hora tan difícil para el país, ya que en medio de un proceso electoral no podemos descuidar nuestros problemas más urgentes: la alimentación, especialmente la de los niños, el desempleo y la angustiosa situación económica, temas que serán tratados en los paneles,  la Iglesia argentina quiere estar al lado de todos sus dirigentes sociales renovando su compromiso con esta historia concreta y ayudando desde su tarea evangelizadora a crear y a desarrollar en estos tiempos una verdadera pasión por la Patria, una pasión por la justicia y la equidad y una pasión por el encuentro y la paz de todos los argentinos.

Mar del Plata, 28 de junio de 2019.

† Mons. Oscar V. Ojea

Obispo de San Isidro

Presidente de la C.E.A.