Por José Antonio Pagola

Hay personas que nunca hablan de Dios con nadie. Es un tema tabú; Dios pertenece al mundo de lo privado. Pero luego tampoco piensan en él ni lo recuerdan en la intimidad de su conciencia. Esta actitud, bastante frecuente incluso entre quienes se dicen creyentes, conduce casi siempre al debilitamiento de la fe. Cuando algo no se recuerda nunca, termina muriendo por olvido e inanición.

Hay, por el contrario, personas que parecen interesarse mucho por lo religioso. Les gusta plantear cuestiones sobre Dios, la creación, la Biblia… Hacen preguntas y más preguntas, pero no esperan la respuesta. No parece interesarles. Naturalmente, todas las palabras son vanas si no hay una búsqueda sincera de Dios en nuestro interior. Lo importante no es hablar de «cosas de religión», sino hacerle sitio a Dios en la propia vida.

A otros les gusta discutir sobre religión. No saben hablar de Dios si no es para defender su propia posición y atacar la del contrario. De hecho, bastantes discusiones sobre temas religiosos no hacen sino favorecer la intolerancia y el endurecimiento de posturas. Sin embargo, quien busca sinceramente a Dios escucha la experiencia de quienes creen en él e incluso la de quienes lo han abandonado. Yo tengo que encontrar mi propio camino, pero me interesa conocer dónde encuentran los demás sentido, aliento y esperanza para enfrentarse a la existencia.

En cualquier caso, lo más importante para orientarnos hacia Dios es invocarlo en lo secreto del corazón, a solas, en la intimidad de la propia conciencia. Es ahí donde uno se abre confiadamente al misterio de Dios o donde decide vivir solo, de forma atea, sin Dios. Alguien me dirá: «Pero ¿cómo puedo yo invocar a Dios si no creo en él ni estoy seguro de nada?». Se puede. Esa invocación sincera en medio de la oscuridad y las dudas es, probablemente, uno de los caminos más puros y humildes para abrirnos al Misterio y hacernos sensibles a la presencia de Dios en el fondo de nuestro ser.

El cuarto evangelio nos recuerda que hay ovejas que «no son del redil» y viven lejos de la comunidad creyente. Pero Jesús dice: «También a estas las tengo que atraer, para que escuchen mi voz». Quien busca con verdad a Dios escucha, tarde o temprano, esta atracción de Jesús en el fondo de su corazón. Primero con reservas tal vez, luego con más fe y confianza, un día con alegría honda.